Tierra sin nosotros

lunes, 22 de diciembre de 2008

Y, sin embargo, amor...

Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,

yo sabía que al fin iba a quedarme

desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,

hoy,

digo:

siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,

tu olor a disfrutada madera de sándalo

clavada junto al sol de la mañana;

tu risa de muchacha,

o de arroyo,

o de pájaro;

tus manos largas y amantes

como un lirio traidor a tus antiguos colores;

tu voz,

tus ojos,

lo de abarcable en ti que entre mis pasos

pensaba sostener con las palabras.

Pero ya no habrá tiempo de llorar.

Ha terminado

la hora de la ceniza para mi corazón:

Hace frío sin ti,

pero se vive.

Roque Dalton

viernes, 5 de diciembre de 2008

Patología de la subclavia

Le gustaban la rutina, los champiñones y Debussy. Nunca le habían gustado los cambios: ya de niña había preferido al conejito tullido de sus primeros abrazos a una Barbie o cualquier otra muñeca silicónica vendida a juego con su novio homosexual. Quizás por eso, porque estaba demasiado acostumbrada a su tristeza, se dedicaba a alimentarla ofreciéndole las letras indefensas de los poemas que él había escrito para otra(s), y, sólo en días muy especiales, su plato favorito: algún billete de tren. Y estaba cómoda.

Pero un día, haciendo alarde de un coraje que creía inexistente en ella, se puso un pantalón pitillo. Y al mirarse en el espejo, todo cambió. Fue increíble, como si su culo irrealmente proporcionado para aquella prenda hubiese sido una revelación, como si en sus nalgas hubiera aparecido la jodida cara del Dalai Lama.

Y desde entonces, es la pistolera más rápida del salvaje oeste, aprueba parciales de física médica y cambia sus plantillas para no recordar aquellas horas bajas antes de descubrir la paz interior de las personas con culos proporcionados.